Fue uno de los detenidos por el asalto a la joyería Terranova del centro comercial El Bosque el 16 de marzo de 2008. Tenía 28 años cuando sucedió. Pero su familia negó que él haya estado implicado en el robo y denunció que Cadena fue torturado por los agentes del Grupo de Apoyo Operacional (GAO) de la Policía, que lo aprehendieron. El padre de Cadena puso una queja en la Defensoría del Pueblo y contó que las agresiones ocurrieron en el sexto y octavo piso del edificio donde funcionaba la Policía Judicial (PJ), en el sector de La Mariscal en Quito.
En una rueda de prensa, el padre del acusado aseguró que el cargo bajo el cual se imputaba a su hijo era ilegítimo, pues a su criterio las armas que se encontraron en el vehículo fueron colocadas intencionalmente por los policías. “Quisieron cogerles como chivo expiatorio para justificar la eficiencia policial”, comentó. El comisionado provincial de la Defensoría del Pueblo, Jaime Hernández Orozco, visitó el edificio de la PJ y dijo en el sitio se hallaron objetos que los agentes habrían utilizado para torturar. “Como comisionado provincial solicité la sanción de las personas que tenían responsabilidad”, indicó. Cadena estuvo preso un año, hasta que el 2 de abril de 2009, el Tribunal Tercero de lo Penal de Pichincha le ratificó su estado de inocencia. La Comisión de la Verdad concluyó que en ese caso hubo violaciones a los derechos humanos.
En el 2015, Alexander Cadena y su padre, Miguel, publicaron un libro titulado “Vi la muerte en la Policía Judicial”. Ambos narran los episodios que vivieron tras la detención de Cadena, un egresado de Comunicación Social. Allí explican que Alexander fue detenido por una infracción de tránsito junto a dos amigos más y luego llevado a la PJ para que se inculpe del robo. Le dijeron que en su auto habían encontrados dos armas. “Me hicieron extender horizontalmente los brazos, golpeándome en los pabellones de las orejas con las palmas de las manos”. “¡Cuidado los bajes hijueputa!, ¡habla!, ¿dónde están las armas?”, le dijeron. Al negar saber sobre las armas, lo golpearon en las costillas, en el estómago. “Cada vez que bajaba los brazos de igual manera me golpeaban en los costados del cuerpo para que los alzara y los mantuviera en sentido horizontal”.
Los uniformados les exigían que confiesen haber asaltado la joyería. Tenía los ojos tapados con cinta. Escuchó gritos desgarradores de sus dos amigos. Cuando fue su turno fue llevado a otra habitación donde lo hicieron acostar boca arriba. “Lo hice, me encontraba muy incómodo por estar esposado y con los brazos para atrás; colocaron una silla sobre mi pecho y sentí que una persona se sentó, procedieron a cubrirme la nariz y mi boca con una franela húmeda, dificultándome la respiración porque se pegaba a las fosas nasales y la boca al respirar”.
“No sé de dónde saqué una fuerza sobrenatural que por dos ocasiones logré retirarle de la silla a la persona que me encontraba sentada, pidió ayuda a sus compañeros que estaban presentes, uno me sujetó con fuerza la cabeza y el otro me pisó en los tobillos”. “Habla hijueputa, si no dices que tú eres el asaltante de la joyería, ¡te matamos!”, le dijeron.
“Tuve mucho miedo, y para que no me sigan criminalmente torturando, prefería no contestarles; pero al ver que no les decía nada, se complicó mi situación; llegó una mujer y comenzó a insultarme, sentí que me pisaron los testículos”. Pero él gritó: “soy inocente”.
“Mientras más gritaba, me introducían agua por la boca y por la nariz, causándome ahogos, al perder el conocimiento me despertaron lanzándome agua”. Luego usaron gaseosa. “Es increíble el sentir cómo ingresan las burbujas de gas con el agua por la nariz, tenía la sensación de que llegaban al cerebro, parecía que iba a explotar, es un dolor espeluznante e insoportable. Sentí que había legado el fin de mi vida”. Cadena perdió otra vez el conocimiento y lo despertaron con agua. Estas torturas se llaman submarino y no dejan huella.
Para evitar una nueva tortura dijo que había participado en el robo con el afán de ganar tiempo y hablar con su familia. Le hicieron firmar un documento que no le permitieron leer después que le dijeran que tenían los datos de su hermana y su dirección. Cadena firmó un papel donde se inculpaba de los hechos sin la presencia de su abogado. Más tarde conocería los nombres de los policías que los torturaron, miembros del extinto Departamento de Inteligencia Antidelincuencial (DIAD). Todos los policías a quienes les iniciaron una investigación finalmente fueron sobreseídos.