Texaco y los mecheros de la muerte en la Amazonía

Fotografías: Luis Argüello. Fotomontaje: PlanV

Estancado el petróleo y el tiempo

Es una mancha negra rodeada de vegetación. De ella sale un lodo viscoso y espeso de olor muy fuerte. Esa substancia es petróleo de prueba que permanece en una de las piscinas que dejó la multinacional Chevron Texaco y que aún sigue abierta al aire libre, sin protección y sin señales de remediación. Está en el Campo Aguarico 4, en la provincia de Sucumbíos, donde no solo el petróleo está estancado sino el tiempo. Han pasado 45 años desde que se inauguró esa piscina. Lo que significa también 14 gobiernos que han dejado pasar esa contaminación.

Donald Moncayo, miembro de la Unión de Afectados y Afectadas por las Operaciones Petroleras de Texaco, guía los ‘toxi tours’ en Lago Agrio. En la imagen, muestra la contaminación dejada en el Campo Aguarico 4.



Las huellas del petróleo son evidentes en toda la zona.

Ni la campaña “La mano sucia de Chevron” ha cambiado la imagen del lugar. En ese mismo pozo, el expresidente Rafael Correa manchó su mano de petróleo en septiembre del 2013. Así inició su ofensiva contra la empresa en apoyo al juicio contra la petrolera que desde 1993 impulsan indígenas y colonos de la Amazonía.  En 2011, la Corte de Sucumbíos falló a favor de los demandantes y condenó a Chevron Texaco a pagar 9.500 millones de dólares. La firma se niega y ha calificado al juicio como fraudulento.




La campaña internacional ‘La mano sucia de Chevron’ trajo, en el 2013, a estrellas de Hollywood para que metieran sus manos en los campos contaminados.

Aún se debate en cortes internacionales el cobro de esa indemnización, mientras la contaminación señalada por expertos como un verdadero “desastre ambiental” continúa. Ese desastre no importa ni a petrolera, menos al Estado. En la actualidad, al Campo Aguarico —en plena selva amazónica— solo llegan estudiantes, ambientalistas y periodistas atraídos, paradójicamente, no por la naturaleza del lugar sino por los daños que ha dejado la extracción petrolera. Es el llamado ‘toxi tour’. Pero en medio se han quedado sus habitantes que están viviendo los efectos de décadas de una industria millonaria.



Estos tubos con conocidos como cuellos de ganso a través de los cuales salen las aguas de las piscinas de almacenamiento del petróleo. Estas aguas se vierten al río. Aún continúan contaminando.

Las cifras rojas del cáncer en la Amazonía

Adolfo Maldonado, médico, tiene una teoría: en la Amazonía está ocurriendo un genocidio. Él trabaja en Acción Ecológica como investigador en ambiente y salud y es director de la Clínica Ambiental. Junto a la Unión de Afectados y Afectadas por las Operaciones Petroleras de Texaco (UDAPT), ha estado al frente de dos estudios sobre los impactos de industria petrolera en la salud de las personas que habitan cerca a los campos petroleros. Y los resultados son alarmantes.

La primera investigación se hizo entre abril y agosto de 2016 en los poblados donde Chevron-Texaco operó, en las provincias de Sucumbíos y Orellana. Entre las 1.579 familias encuestadas, 479 personas sufrían algún tipo de cáncer. “Es decir, que en una de cada cuatro familias hay al menos un enfermo de cáncer”, dice el informe. El levantamiento de información se hizo entre colonos y poblaciones indígenas. En las nacionalidades más alejadas de la contaminación, “la frecuencia de cáncer es tres veces menor”. Ocurre lo contrario en quienes están cerca de piscinas tapadas, fosas, esteros contaminados, estaciones y mecheros. Según ese estudio, los tres campos petroleros con mayor frecuencia de enfermos de cáncer, por personas y familia, son Sacha, Parahuaco, Cononaco y Lago Agrio. En Sancha, 4 de cada 10 familias terminan con la enfermedad en alguno de sus miembros.  

Este investigador compara con Detroit la situación de la Amazonía. Detroit, la ciudad más grande del estado norteamericano de Michigan, llamada también como la “ciudad motor” por su relación con la industria automotriz, alcanza los 492,9 casos por cada 100.000 habitantes. En la zona petrolera amazónica estudiada, Maldonado asegura que tanto en los campos operados por Texaco-Chevron como Petroecuador/Petroamazonas ese indicador supera los 500 casos (entre vivos y fallecidos) por cada 100.000 habitantes.

En un estudio más reciente, entre abril de 2018 y marzo de 2019, registraron 133 casos con sus estudios histopatológicos. El levantamiento se hizo en Lago Agrio, Shushufindi, Orellana y Joya de los Sachas. De esa cifra, 97 enfermos eran mujeres. El principal tipo de cáncer que se presenta es el de mama y cuello uterino.

Pero Chevron Texaco ha negado la relación petróleo/cáncer. En su sitio Juicio Crudo, la firma sostiene que “estadísticas oficiales prueban que los índices de mortalidad por cáncer en las regiones productoras de petróleo son aún más bajos que los registrados en la provincia de Pichincha, en donde se ubica Quito, la ciudad capital”. Esa es la conclusión de un estudio publicado en 2008 por la editorial Springer. Otro análisis más reciente, de 2013, también lanzado por la misma editorial, dice: “Sin embargo, nuestras conclusiones no sirven de prueba para respaldar dicha relación, y demuestran que, en la región de la Amazonía ecuatoriana, vivir cerca de campos petrolíferos no parece tener efectos adversos sobre la mortalidad por cáncer”. Con ambas publicaciones, la petrolera ha tratado de desmentir las afirmaciones de los afectados.

“Ahora no puedes decir cuál es el caso de cáncer que corresponda a qué empresa. Lo importante es que Texaco reconoce que dejó contaminación y esa contaminación puede causar cáncer a cualquier momento”, responde Maldonado a los argumentos de la petrolera. Y agrega: “Es imposible que podamos decir que fue la contaminación de la Texaco o por la intervención de Petroecuador después. Pero lo que sí es cierto es que la actividad petrolera per se esté ocasionando un impacto enorme en la población. Y lo está haciendo a través de los derrames, de las piscinas y, sobre todo, de los mecheros”.

Los mecheros de la muerte

El calor es insoportable. Entrar al área cercano a un mechero es experimentar estar dentro de una olla de presión. Donald Moncayo, miembro de la UDAPT y guía en los ‘toxi tour’, recomienda a los visitantes no quedarse mucho tiempo cerca. Los gases podrían provocar dolor de cabeza. Aunque las llamas están a varios metros del piso, el panorama alrededor de los mecheros es triste. Decenas de insectos muertos y tierra totalmente carbonizada cerca a esas infraestructuras. Los habitantes las conocen como “mecheros de la muerte”. De hecho así llamó la presentación que hiciera el médico Adolfo Maldonado ante la Comisión de Biodiversidad y Recursos Naturales de la Asamblea, el pasado 8 de mayo. 





Cerca a los mecheros, se observa insectos muertos y tierra contaminada.


Allí expuso que entre más cerca una población esté a los mecheros se producen las mayores agresiones a los cromosomas y daños genético. Es decir, hay mayores condiciones para que se produzca cáncer, malformaciones y abortos. “Estos arden durante 24 horas, todo el día, todo el año y llevamos 52 años de explotación petrolera con la quema de gases. Y es posiblemente por esto que tenemos los niveles de cáncer que hay en la zona que son los más altos que hay el país”.

El experto compara a los mecheros con los tubos de escape de un carro. “Solo que en las plataformas petroleras es a lo bestia”, recalca. De esos mecheros salen gases como monóxido de carbono, dióxido de carbono, óxidos de azufre, SH2, CS2, óxidos de nitrógeno, metano, etano, propano, entre otros. De estos resalta la presencia del SO2 (óxido de azufre) que al mezclarse con agua (H2O) se puede formar el ácido sulfuroso (SO3H2) que, según el investigador, ha sido usado por décadas como raticida. “¿Que quiero decir con esto? Que en cada uno de los 384 mecheros que arden en la Amazonía se están eliminando raticidas en lugares donde las poblaciones están viviendo muy cerca”. Según sus cálculos, Petroecuador ha quemado el equivalente de 527.124 millones de cilindros de gas en los últimos 25 años al aire libre. Mientras que Texaco, que operó en la Amazonía entre 1964 a 1992, lanzó al ambiente 240.776 millones de cilindros de gas.



De su experiencia no hay cifras oficiales sobre cuántos casos de cáncer existen en la zona. Por eso la Clínica Ambiental junto con la UDAPT iniciaron el primer registro de tumores en Sucumbíos y Orellana, ante la ausencia de un registro de cáncer por parte del Ministerio de Salud. Decepcionados de las autoridades, un colectivo de 17 personas va a la casa de los enfermos para levantar la información y a que se animen a tratarse. Según este investigador, el cáncer se ha vuelto mortal en la zona porque la gente tiene vergüenza de informar sobre su estado de salud. Hacerlo implica un estigma en su población y, si es mujer, el posible abandono de su pareja.

Los ríos en la Amazonía 52 años atrás

Los ríos son también los grandes perdedores de la contaminación petrolera. Según el estudio de 2016 de la Clínica Ambiental, es el indicador más grave de la afectación por esta industria. Esa fue la percepción de 1.299 encuestados, de ellos la mayoría vivía cerca de pozos, piscinas de desechos y mecheros. Un dato que llama la atención es que seis de cada 10 familias que respondieron que el agua es mala, regular o contaminada dijeron que el agua tiene petróleo, materiales en suspensión o porque tiene color, sabor u olor, o recibe desechos de los mecheros.



María Minda Aguinda rechaza la explotación petrolera en sus territorios.

En 1967 Texaco perforó el primer pozo comercial en la Amazonía y desde entonces el medio ambiente ha tenido graves impactos, sobre todo en los ríos, según sus pobladores. María Minda Aguinda, de 74 años, es una líder cofán que vive en la comunidad de Dureno, en Lago Agrio, y una de las 47 demandantes contra Chevron Texaco. Ella recuerda su territorio así:

“Antes comíamos mono, tapir, sajino, venado, peces, bocachico, sábalos, era muy fácil conseguir estos alimentos. Actualmente lo único que se consume diario es el arroz. Teníamos ríos limpios y sanos, pero cuando contaminaron se pudo ver tantos peces muertos, botados en las playas. Fue una contaminación muy grave y eso ha afectado a los cofanes. No sabíamos lo que estaba pasando, pensamos que era algo natural, después nos enteramos que era contaminación. Ya no usamos el agua del río. Un día cuando regresé de Lago Agrio, estaba con hambre, tomé el agua del río, pero luego tuve infecciones”.