Margoth Escobar, el pulmón incansable 

Fotografías: Luis Argüello. PlanV

RESPALDOS

Es una de las defensoras históricas de la naturaleza y pueblos indígenas en Ecuador. Su lucha le ha traído golpes, juicios y cárcel. Este es un retrato de su vida como activista. Una entrega más de la serie Sobrevivientes.   

Mercedes Margoth Escobar Villarroel tiene el temple para pararse frente a un policía y gritarle sin parar sus demandas. Pero también esa misma mujer puede quebrarse cuando recuerda la muerte de uno de sus árboles. Lleva más de 40 años en defensa de la naturaleza. Y por eso ha pagado algunas facturas. Desde ir a la cárcel hasta que sus bienes sean quemados. Ha sido uno de los pulmones más incansables en innumerables caminatas contra los proyectos extractivistas de los gobiernos del turno. 

Nació en la selva, cerca al río Pambay, en el Puyo, el centro de la resistencia amazónica. Se inició en el activismo a los 19 años. En 1992 participó en el primer levantamiento indígena. Una sola imagen quedó como registro de esos primeros gritos. Aparece en la calle junto a más indígenas de la Organización de los Pueblos Indígenas del Pastaza, unos con lanzas y otros con sus sombreros o coronas de plumas. Fue parte de la comisión de salud que acompañó a los indígenas en su caminata hasta Quito. En el parque El Ejido, de la capital, posó al final de la jornada histórica con sus compañeros. Había ido con el chaleco blanco de la Cruz Roja con el cabello recogido y un cerquillo. Un peinado que la acompaña hasta ahora, a sus 65 años. 

Margoth sentada en el lugar favorito de su hogar: una banca con los nombres de sus hijos

Desde entonces su lucha ha estado en las calles. En 2004 recorrió el Puyo, en botas de caucho, con el cartel: “La tierra no es herencia de nuestros padres sino préstamo de nuestros hijos. ¡No la destruyamos!”. En 2006 salió a Quito con su hijo Yankuam Escobar. Con una bandera tricolor reclamó por el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y por la petrolera Oxy. Lo hizo sentada en la calle, vestida de negro, junto a Yankuam, a quien ha llevado a sus manifestaciones desde que era un bebé. Su primer juicio fue en 2005, según recuerda. 

Protesta en Quito, en el 2006, contra el TLC con Estados Unidos. Escobar está acompañada de su hijo, Yankuam. Foto: Cortesía

Pero el 13 de agosto de 2015 vivió su peor agresión por —en sus propias palabras— visibilizar lo que estaba invisible. Sucedió mientras participaba en el paro nacional y levantamiento indígena contra Rafael Correa. A las cinco de la tarde, Escobar se unió a la manifestación en el Puyo. La marcha se dirigió hacia la Gobernación, en donde todos los manifestantes querían ser escuchados por la autoridad. La Policía puso vallas y custodió la zona. Los manifestantes, al llegar al lugar, a eso de las seis de la tarde pidieron ser escuchados, pero no hubo respuesta. Ese día la activista salió en un short café y con un megáfono. Estuvo en primer a fila frente a los policías y con el brazo derecho en alto gritó “fuera Correa, fuera”. Después se acercó más al cerco policial y casi sin voz repitió: “Menos sabatinas, queremos medicinas”.

Entonces empezaron a forzar las vallas y los policías a reprimir con bombas lacrimógenas. El pueblo, enardecido por los actos violentos de la Policía, respondió con gritos y abucheos y se generaron enfrentamientos. Un policía cayó herido. De esos incidentes fue acusada Escobar. Pero la activista se había retirado antes. 

Pero la activista se había retirado antes. Fue sorprendida en el parque Plaza Roja. Hombres y mujeres policías la rodearon. El que parecía el jefe del grupo le preguntó:

— ¿Cuál es su nombre?

— Margoth Escobar

— Queda detenida por orden del señor gobernador Martín Quito 

— ¿Por qué?, ¿qué he hecho?— reclamó con los brazos abiertos

La sujetaron, pero ella se botó al suelo. La golpearon, pero eso no fue suficiente para subirla a la patrulla. “Basado en la protección de la vida de uno, no se sabe de dónde sale la fuerza. Entre seis personas no lograban subirme. Lo que hizo un policía fue doblarme la pierna y ahí es cuando sentí un dolor tan grande porque me hizo una llave. Cuando dije ¡ayayay!, al descuido, me subieron al auto y encima se subieron dos policías mujeres. Me dijeron: ¡cállate vieja tal y cual! Si no me callaba me amenazaban con mandarme el gas (lacrimógeno) por la boca”. 

Yankuam se enteró de lo sucedido cuando su madre lo llamó telefónicamente. Escobar sufre de hipertensión y tiroidismo. Toma medicina diaria. Ella pidió a su hijo que llevé los medicamentos al Comando de la Policía, en el Km 2 de la vía a Macas, donde estuvo detenida. Allí la bajaron de la patrulla a empujones. Pidió agua y no se la dieron. Llegó sin zapatos y esposada. Aunque los bomberos dijeron que Escobar debía ser trasladada a una casa de salud le negaron esa posibilidad. De las patadas que recibió tenía un desgarre lumbálgico, desde las caderas hasta las pantorrillas. Yankuam, ya en el lugar, los amenazó con denunciarlos. Solo en ese momento aceptaron. 

Fue trasladada y tras los exámenes se determinó politraumatismos e hipertensión. Se le otorgó 15 días de reposo absoluto. Pero al siguiente día fue acusada por la Gobernación del delito de ataque y resistencia a la autoridad, el fiscal se trasladó al hospital a tomar su versión. Contra recomendación médica fue dada de alta por la administración del hospital y encarcelada nuevamente. Fue sometida a aislamiento y no se autorizó que recibiera su medicina.

Esa tarde, la activista se preguntó dónde habían quedado sus derechos.

***

Escobar estuvo detenida por 10 días en la cárcel Putuimi, en Pastaza. Las mujeres presas, al inicio, la trataron como su enemiga. La activista no entendía. Más adelante supo que les habían dicho: ‘allí viene esa vieja, cuídense’. Pero con el paso de las horas, el ambiente mejoró. Se ganó el cariño de sus compañeras de celda. Dos de ellas le decían ‘mami’. Cuando llegó el rumor de que la iban a trasladar a Cuenca, fueron las primeras en reaccionar y le advirtieron que en esa cárcel puede correr peligro. ‘Haz algo, allí te van a matar’, le suplicaron. “Uno dentro de la cárcel no es nadie. Cualquier cosa puede pasar”, se dijo así mismo. 

Ningún abogado la quería defender. Su hijo le contó por teléfono:

—Mamá, perdóname, yo sé que no te va a gustar, pero solamente un militar retirado te quiere defender, no hay más porque todos se niegan a defenderte. 

A Escobar no le gustó la idea. “He tenido choques con los militares y no les he tenido confianza, ni a la Policía, ni al aparato judicial. Fue un choque muy duro. Pero llegué a conocer que tenía mucha solidaridad tanto a mi pueblo mestizo como de las nacionalidades indígenas y de mujeres sobre todo”. No fue fácil la salida de la cárcel. Pero el 21 de agosto le otorgaron medidas sustitutivas. Debía presentarse todos los lunes y viernes ante la Fiscalía. Aunque le prohibieron salir del país, Escobar viajó hasta Washington para denunciar su caso ante la CIDH. Llegó un día antes de la audiencia del 19 de octubre de 2015. Otras activistas ecuatorianas que había acudido al órgano defensor de DDHH de la OEA la esperaron con zozobra. La recibieron entre lágrimas y abrazos con el temor de que a su regreso iría a la cárcel. En la CIDH, seis mujeres, entre ellas Escobar, revelaron la violencia con ellas y la naturaleza. 

La activista a su regreso no fue encarcelada. El martes 10 de noviembre de 2015 fue al Consejo de la Judicatura del Puyo para la audiencia penal por la acusación particular que puso contra ella el ministro del Interior, José Serrano, y la Policía Nacional por ataque y resistencia a la autoridad. Cientos de personas llegaron hasta el recinto judicial, pero ni su familia pudo entrar. Afuera, con tambores, sus seguidores la acompañaron. Ella, vestida de negro, se puso a bailar antes de presentarse al juzgado. Fue declarada inocente. 

Hoy recuerda ese viaje a la CIDH como una ‘audacia’ de su parte. Gracias a los espíritus de la selva —dice— hubo gente en su camino para hacer la denuncia internacional. “Pero no lo hacía solo por mí sino por lo que estaba pasando en Ecuador, por lo que estábamos viviendo, por la forma de llevar la política este gobierno que frente al mundo aparecía como un socialista del Siglo XXI, que era un hombre a seguir y que mucha gente llegaba del extranjero para conocer su trabajo en beneficio del pueblo. No había tal. Su política era tenaz, muy solapada”. 

En 2018, un incendio provocado afectó su casa y quemó cuantiosa mercadería de su negocio. Para ella, estas agresiones son consecuencia de sus más de 40 años como defensora de DDHH.

Pero para la activista aún la situación no ha cambiado. Está segura que el aparato judicial aún depende del gobierno de turno. No hay justicia todavía en el país porque en el poder siguen ‘los mismos’. Reniega de cómo las autoridades se saltan ‘la Constitución tan linda’ que tiene Ecuador. Por eso dice que la tarea defender la naturaleza continuará por generaciones. Y eso le quita el sueño. Ella tomó la posta de sus padres y ahora ve con desánimo que esa posta la están asumiendo sus hijos. “Antes de la partida final, uno se va con ese dolor, yo ya vivo con ese dolor. No es justo que mi hijo coja la posta, que mis nietos y futuras generaciones vivan lo que nosotros vivimos. Cuando uno se reconoce como mestiza, con esa parte de indígena que lleva, a uno le parte el alma ver cómo carajo destruyen la naturaleza”. 

Entonces recuerda la muerte de uno de sus árboles que creció frente a las gradas de su casa y se le quiebra la voz. El árbol —cuenta— le agradecía cada vez que florecía o cuando en él había más vida: pájaros, mariposas y abejas. Escobar es una luchadora contra el extractivismo y contra un mundo que no escucha a la naturaleza. En su opinión, la naturaleza es un ser al que solo le falta hablar capaz de agradecer cuando las personas se portan bien y de castigar cuando no es respetada. A la activista se le ha grabado un refrán que está a la entrada del cementerio del Puyo y que resume ese pensamiento cuando se vive en armonía con la selva: ‘aquí termina el orgullo y empieza la igualdad’.