Isla Trinitaria: las heridas de un brutal desalojo

Fotomontaje: PlanV

RESPALDOS

Trinitaria el cemento la divide en dos. A su ingreso, sus calles están pavimentadas y sus casas son de bloques. Al final, el paisaje cambia rápidamente: casas de caña y calles enlodadas. El cemento es sinónimo de legalización. Mientras que el lodo, abandono e irregularidad. Y son esos vecinos, los de ‘atrás’, para quienes aún la pesadilla del desalojo no los deja dormir.

Isla Trinitaria es uno de los sectores más populares del sur de Guayaquil, atravesado por la vía Perimetral y con escasos servicios básicos. El Estero Salado bordea la isla. Es un sector donde la pobreza extrema y la marginalidad son sus características. Su población es principalmente afrodescendiente, que se asentó en la Isla donde traficantes de tierras les ofrecieron un lugar para vivir sin ningún respaldo. Es un antiguo relleno que ahora tiene aproximadamente 90.000 habitantes distribuidos en cincuenta cooperativas y precooperativas de casas de cemento y caña. Una de ellas es la cooperativa Mélida de Toral donde cientos se asentaron de manera muy rústica en las orillas del Estero.

       
Además de la pobreza y los pocos servicios básicos, los habitantes de Trinitaria conviven con la amenaza constante de la inseguridad. Las drogas es un grave problema en el sector. 

En ese sector, el 27 de marzo de 2015, 40 familias sufrieron uno de los desalojos más recordados durante el gobierno de Rafael Correa, bajo la política de ‘tolerancia cero’ contra las invasiones. Ese día llegaron 400 policías y máquinas retroexcavadoras para destruir las casas. Fue una intervención violenta porque los habitantes no querían dejar la zona. Las familias quedaron a la intemperie durante la época lluviosa en Guayaquil. 90 niños estuvieron entre los desalojados. Los menores durmieron sobre los restos de las casas destruidas, cobijados con sábanas. Algunos de los afectados levantaron improvisadas covachas, pero estas también fueron destruidas.

La Secretaría Técnica de Prevención de Asentamientos Humanos Irregulares, con capacidad de ordenar hasta a la fuerza pública, justificó la decisión al decir que esas viviendas estaban dentro de la Reserva de Producción Faunística Manglares El Salado. El Gobierno estaba ejecutando el proyecto Guayaquil Ecológico, a un costo de 120 millones de dólares, para la recuperación de espacios verdes y por eso se reubicaron a las familias que estaban al borde del Estero Salado.

 

Pero cuatro años después la huella de esas obras solo dejan contrastes. Con el proyecto se construyeron parques lineales, juegos infantiles, camineras. Hoy donde había casas hay parques infantiles inservibles. Hoy las camineras –dicen sus habitantes– las usan las personas con adicciones o facilitan la huida de ladrones. Junto al adoquín de esos corredores, los barrios aledaños viven en medio de lodo. El proyecto tenía como objetivo cuidar el medio ambiente. Pero en Mélida de Toral, el manglar pasa lleno de basura. Por esos corredores, los vecinos recomiendan caminar rápido y sin celulares.


ARRIBA. El corredor adoquinado del proyecto Guayaquil Ecológico contrasta con las calles de tierra en Mélida de Toral. ABAJO. La casa de Jésica Reascos fue derrumbada para construir un parque infantil. Hoy ningún niño juega allí porque los juegos están dañados y oxidados. 

El Gobierno les ofreció viviendas, pero los afectados reclamaron porque no hubo un plan que les permitiera tener una reubicación adecuada. Meses después del desalojo de marzo de 2015, medios reportaron que esas personas seguían viviendo en condiciones inhumanas. Y en noviembre de ese mismo año, se produjo otro desalojo de 19 familias.

El Comité Permanente por la Defensa de DDHH (CDH) emitió después un informe donde establece graves violaciones al derecho a una vivienda para esos pobladores. Para Billy Navarrete, secretario Ejecutivo del CDH, el Estado ha agravado el problema. Toleró los asentamientos irregulares y dejó que se expandan, en su opinión. En los desalojos, el Gobierno violó todos los protocolos internacionales para prevenir desalojos forzosos. “Nadie fue informado, no hubo derecho a la defensa, se actuó de manera sorpresiva. La notificación que recibieron ni siquiera tenía el nombre del titular del jefe de familia, tenía una X y dejada por debajo de la puerta”, dijo Navarrete a Plan V.

 

El 2015 es un año que no se borra de la memoria de los habitantes de Isla Trinitaria. A Jésica Reascos, refugiada colombiana en ese entonces, se le dilatan los ojos cuando cuenta ese episodio. Es líder entre las mujeres de la cooperativa Mélida de Toral y de voz imponente. Ella organizó y habló con cuanta autoridad le abrió las puertas para reclamar por su derecho a la vivienda. Hoy vive en una humilde casa que construyó en el segundo solar que compró. El primero se lo arrebataron para construir un parque que ningún niño usa porque las  resbaladeras están oxidadas y los columpios dañados. Su casa es de caña como la primera, pero más pequeña: cuatro metros cuadrados.


En humildes casas de caña viven hasta dos familias. Los espacios son pequeños y carecen de servicios. 

Su vecina, Jennifer Estupiñán, es otra mujer fuerte. La máquina le quitó su casa de caña y ahora vive con su madre en una pequeña construcción de techo de lata y paredes de caña. Cuando llegó el alcalde Jaime Nebot a hacer campaña con su candidata Cynthia Viteri, Jennifer les gritó y les pidió que caminen en el lodo y no solo en la parte pavimentada. Nebot –recuerda ella– le hizo un ademán de desprecio.

 

Ambas se quedaron en la Isla porque no tuvieron el dinero suficiente para ser parte de la reubicación en la urbanización Las Marías, en Monte Sinaí. En ese sector, testimonios recogidos por Plan V aseguran que el principal beneficio es estar en un barrio más tranquilo que Trinitaria. “Las pandillas y las bandas tomaron posesión de ese lugar”, dicen. Pero las casas, tipo cabañas, de dos plantas hechas de caña y cemento, resultaron ser también estrechas e inseguras. Las familias tuvieron que vender sus cosas porque no entraban. Temen además que extraños ingresen a las habitaciones –a las que se acceden por escaleras externas– y violen a sus hijas. En Socio Vivienda 2, donde también fueron reubicadas familias de Trinitaria, el temor es mayor. El miedo es visible. La escuela del sector tiene las ventanas cubiertas de hojas de metal para evitar los robos. Las casas tienen huellas de disparos.

Me sentí totalmente vulnerada

Mi casa era de caña, pequeña, con una sala muy diminuta. Con el padre de mi hija compramos un solar a 400 dólares. Nos sacrificamos. Lo fuimos pagando poco a poco. Ese solar era un hueco, teníamos que rellenarlo. Poco a poco construimos nuestra casa. Nosotros no cogimos y nos sentamos allí. Todos hicimos de alguna forma una inversión y teníamos derecho a una vivienda. Éramos muchas familias, muy humildes, algunas tenían entre 10 y 15 integrantes. Vivimos allí cinco años antes del desalojo.

Los desalojos fueron monstruosos. En la parte de Nigeria (barrio de la Isla Trinitaria), los habitantes decidieron que no se iban a ir. Fue ahí cuando vinieron como 30-40 caballos. Eran (tantos) policías que uno no los podía ni contar. Venían dispuestos a la lucha. Fue horrible. Hubo gente herida, destrucción. Vimos maquinaria derrumbando casas de caña, casas de cemento. Las personas habían hecho préstamos para sus casas de cemento y vivir cómodamente. La máquina las destruyó y ni siquiera les dijeron ‘aquí hay algo por tu inversión’. Madres que lloraban, niños que lloraban. Aún así no pararon.

 

Ellos no llegaron ese momento acá, pero sentimos que nos amedentraron. Nosotros habíamos quedado en negociar, pero luego con el pasar de los días decidimos no irnos. Al ver lo que pasó en Nigeria, pensamos que también nos iba a pasar lo mismo. Si no fue hoy, puede ser mañana. Me quedé en blanco. Allá por la (calle) 25 también los desalojaron y a todos les dieron viviendas. Ahora todos ellos están en las favelas (se refiere al barrio Socio Vivienda). Nosotros preguntamos: si a ellos los van a reubicar, ¿por qué no nos reubican a nosotros? Nos dijeron que solo los que habían llegado antes de 2010 tenían ese derecho.

Antes de llegar a un acuerdo, pasamos vigilando en las esquinas. Duré casi tres o cuatro noches en vela, recibiendo lluvia. No dormíamos en la casa. Éramos 15 madres en las esquinas haciendo guardia a ver si venían las maquinarias. Nos llevamos siquiera dos semanas de lluvia, sin dormir, cocinábamos en la calle. Eso fue muy duro.  En el tiempo que yo tengo en Ecuador fue lo más fatal que he vivido.


Jésica Reascos junto a su hija y sobrinos. Después del desalojo de 2015, prefirió quedarse en la Isla porque no tuvo el dinero suficiente para aplicar a las casas de Monte Sinaí. Hoy vive en otro solar de la misma zona. 

Siempre pedí una solución, que me den un casa. Pero ellos solo nos decían: ‘se van’, ‘se van’. Hicimos marchas, caminatas, huelgas pacíficas. De tanta cámara, el Gobierno nos prestó algo de atención. Empezábamos a hablar y a exponer cada uno su caso. El Gobierno sacó el proyecto (de viviendas) en Monte Sinaí. Nos dijeron que eran hermosas. En una reunión nos explicaron lo de las casas. Nos mostraron un proyecto en una maqueta. Era una casa con una parte alta (con dos cuartos) y había que terminarla en la parte baja. Nos dijeron que debíamos dar 500 dólares de entrada y luego el costo total de esa casa iba a ser 5.000 dólares. Iba a ser financiado a mensualidades de 50 dólares. En ese tiempo yo lideraba un grupo. Creímos que de una u otra forma podíamos hacer el esfuerzo. Pero lo que ya no me gustó fue que el municipio nos iba poner precio (extra) al solar. No lo veía lógico. Lo tomé como un ofrecimiento para quedar bien, pero la gente no iba a poder pagar eso.

Algunas amigas sí fueron a las casas de Monte Sinaí porque era la única opción que teníamos en ese momento. Las mujeres éramos las que más estábamos a favor por nuestros hijos. No tocaba de otra, había que sacrificarse más. Si tomábamos la casa nos daban la opción de quedarnos tres o cuatro meses más en Isla Trinitaria hasta conseguir ese dinero.

Yo decidí no ir a Monte Sinaí a coger la ayuda, porque después me salen que al ser extranjera y al no tener papeles, me tocaba poner mi casa a nombre de otra persona. ¿Y si esa persona no me daba mi casa? Pero en cámaras, el gobernador del Guayas, Julio César Quiñónez, nos hizo promesas a los refugiados, (dijo) que a nosotros éramos uno de los más vulnerables y que teníamos más beneficios. Cuando ya todo salió en las cámaras y en los periódicos dándonos opciones y que ya las habíamos aceptado, se lavó las manos y nunca más volvimos a verlo.

Preferimos buscar un solar por acá porque cuándo íbamos a salir de esa deuda (con el Ministerio de Vivienda). Había solares que no iban a ser desalojados. Y esa fue nuestra meta. Encontramos este solar y ya construimos una casita. Mi mamá ha logrado tener su casita de cemento.

Me sentí totalmente vulnerada en mis derechos. A pesar de que soy extranjera tengo derechos que no fueron tomados en cuenta en ese momento.


Jesica Reascos, Jennifer Estupiñán y José Luis Quiñónez aún buscan la legalización de sus predios.

 

El alcalde Nebot me asqueó

Mi madre fue una de las primeras pobladoras. Esto era feo. Era puro lodo cuando subían las mareas. Solo había un pequeño puente y de ahí uno tenía que caminar en medio del lodo. El relleno lo hizo el pueblo mismo. Mi mamá metió su tierra para rellenar su solar.

A mí el solar me lo vendieron en 350 dólares. Yo me vine de Esmeraldas y hablamos con la vecina y le pagamos en dos partes. Poco a poco construimos la casa con palitos de manglar, mi piso era de caña y luego poco a poco hicimos el piso de tabla. En ese tiempo el que podía tiraba cable del transformador para tener luz y el que no podía usaba velas. Me acuerdo tanto que el tanque de agua costaba 80 centavos. Si no había agua en la manguera venían los chicos en canoas con pomas de agua que costaba como 25 centavos. Un tiempo el Municipio vino e hizo esa pileta de la esquina, de esa pileta cogíamos agua toda esta manzana y el que no pagaba le sacaban la manguera y se quedaba sin agua. Teníamos pozo séptico. El Municipio aquí no ha hecho absolutamente nada. Lo único que han puesto es el alcantarillado.

Antes del desalojo, fueron muchos días trasnochando. Siempre nos decían hoy vienen, hoy vienen. En la madrugada y con lluvia nos levantábamos de la cama, dejando a los niños en la casa. Íbamos a espiar. A veces salíamos con los niños en los brazos con el temor de que vengan con las máquinas y los caballos. Hace años atrás había pasado por lo mismo. El Municipio sacó gente de las casitas de caña. Y ese era mi temor porque ya había pasado por eso cuando viví con mi suegra.

Un día nos dijeron que solo podían quedarse los que estaban aquí antes de 2010. Y las otras personas no teníamos ningún derecho, que nos iba a llegar la notificación. ¿Cómo íbamos a desalojar algo que habíamos comprado con nuestro esfuerzo, con nuestro sudor y perder nuestro dinero? Yo no tenía otro lugar donde vivir. Mi casita era de caña. En ese tiempo vivía allí con mis dos hijos, hoy tengo tres niños.

Un día estaba trabajando en un casa y mi mamá me llamó y me dijo: ‘mija vente corriendo que dicen que van a desalojar’. Yo dejé en esa casa todo botado y me vine. Llegué y vi hartos caballos y policías. A mí me tumbaron la casa con la maquinaria, antes mis hermanos me ayudaron a sacar las cosas y las llevaron a la casa de mi mamá. Fui humillada. Desbarataron mi casa con las máquinas. Sentí temor. En ese tiempo mi niña tenía como dos años y ella lloró. Yo también me puse a llorar.

Jennifer en la casa de su madre. Con dos de sus tres hijos vivió los desalojos de 2015. 

Ahora vivo con mi mamá. Fuimos a buscar con mi esposo solares en Durán. Asimismo me desalojaron. Y decidimos regresar a donde mi mamá. Yo vivo aquí con mis tres niños. Nos prometieron muchas cosas, que nos iban a dar una casita, un solar en Monte Sinaí, pero no hemos recibido ninguna clase de ayuda. Fuimos a esa reunión, pero nos pidieron tanta cantidad de dinero. Usted sabe que nosotros somos pobres. De dónde íbamos a sacar esa cantidad de dinero. De la noche a la mañana no se consigue 500 dólares. Ellos como gobierno tenían que habernos ayudado. Pero nunca recibimos esa ayuda.

Lo que hago es continuar mi vida. Trabajo 12 horas en una empacadora. Ahora me siento tranquila porque vivo con mi mamá. Pero necesito una casa donde meter la cabeza con mis tres niños. Porque cuando uno muera tiene que dejarle algo a sus hijos. Y ahora yo no tengo nada que dejarles.

Nosotros siempre hemos sido la última rueda de coche para el Municipio. Hace tres días estuvieron el alcalde Jaime Nebot y Cynthia Viteri. Estuvieron por allá por la pavimentada (se refiere a la parte de la Isla que tiene servicios básicos y sus calles han sido adoquinadas). Yo me paré en una esquina para ver a Nebot y a Cynthia porque uno como pobre tiene que hablar lo que uno necesita. Yo me paré en una esquina y les dije: ‘bajen de esos carros y vengan acá al fondo donde nosotros necesitamos, no acá donde está pavimentado’. Y groseramente el Alcalde me hizo así (hace un ademán con el brazo y un chasquido con los labios cuando una persona está molesta y no quiere seguir escuchando). Me asqueó el Alcalde. Yo le dije: ‘para ser Alcalde eres grosero’ y otras palabras más que no puedo decir en cámara.

Ese día tuve la fuerza de decirle eso al Alcalde. No tengo una casa donde vivir. Hasta ahora tampoco legalizan el solar de mi madre. Muchos vecinos aún no tienen la legalización. Si a mí me dieran un solar yo fuera la mujer más feliz. Yo puedo hacerme una casita aunque sea de caña  y después poco a poco hacerla de cemento. Yo me siento olvidada por el Estado, por el Municipio.